"Yo tenía en la cabeza que se me iba a morir", repite de nuevo Javier Santamaría, uno de los agentes del Equipo de Atestados del Subsector de Tráfico de la Guardia Civil de Cádiz que auxilió al pequeño. Santamaría fue de hecho el primero que, tras escuchar el grito desgarrado de la madre del niño, que aparcó con su marido en la explanada del restaurante La Barca de Vejer, en la N-340, a las cinco y media de la tarde, tras atragantarse el pequeño mientras merendaba un bocadillo, entró en acción. Rápidamente lo asió de los brazos por detrás y comenzó a practicarle la maniobra de Heimlich (el procedimiento de primeros auxilios para desobstruir el conducto respiratorio, normalmente bloqueado por un trozo de alimento o cualquier otro objeto).
El niño estaba inconsciente, con los ojos completamente abiertos y la mandíbula apretadísima. Y él no paraba de hacer fuerza sobre el esternón hacia arriba, para intentar provocarle la tos, para que echara el trozo de pan que le estaba asfixiando. "Se me había quedado eso en la cabeza, el hombre que se había muerto en Ubrique. Y yo al niño no le veía la cara, me guiaba por la de su madre mientras trataba de que el pequeño reaccionara". Pese a ese trágico pensamiento que no se le iba de la cabeza, no dejó en ningún momento de batallar.
Tiene perfectamente grabada en la memoria la imagen del rostro desencajado de la madre cuando Álvaro se puso completamente morado, con los labios blancos y el cuerpo completamente inmóvil. Lo vio en los ojos de ella, que Álvaro se iba. "Nos dimos cuenta que tenía la mandíbula rígida, como un alicate. Y si no lográbamos que abriera la boca, estábamos perdidos". Por eso su compañero Juan Manzano Verano, mientras él proseguía agarrando al niño, trató de abrirle la boca. Una fuerte mordida de esa mandíbula como un alicate le hizo sangrar. Pero continuó y la logró abrir. Y Santamaría, que ya no podía más, que los brazos le pesaban., acabó inclinando al niño hacia abajo, dándole golpes en los omoplatos. "Una mujer que había allí me decía, le vas a partir las costillas, pero yo sabía que eso era lo de menos, que había que conseguir que el pequeño reaccionara".
Otro compañero (estaban dos equipos), José Manuel Paloma, lo tuvo que relevar. Hasta en dos ocasiones. Porque fue "largo, extenso, extenuante Una paliza, emocional, psíquica y física. Me tuvieron que relevar hasta en dos ocasiones porque los brazos ya no me respondían".
El niño continuaba en estado crítico y la ambulancia no llegaba. Y Santamaría y los demás se acordaron de esas maravillosas ocasiones en las que, cuando hay un accidente en la carretera, circulan por la vía médicos. Y se pusieron a buscarlos.
Cortaron el tráfico en la N-340. Varios coches y hasta dos autobuses. Por fin, en uno de estos autobuses, otro guardia del otro equipo, Manzano García, se lo dijo al chófer, que necesitaban un médico. Y como el conductor apenas alzaba la voz, Manzano subió al autobús y lo dijo, alto, claro y con toda su crudeza;: "Miren ustedes, aquí hay un niño que se está muriendo. Es a vida o muerte y necesitamos un médico". Y una mujer que viajaba en el autobús se identificó como médico y se sumó al auxilio.
Justamente cuando ella comenzó a atender al niño, llegaron al fin dos ambulancias, de Vejer y del Colorado. El personal logró estabilizar al pequeño, y cuando lo metieron dentro y cerraban la puerta, se produjo el milagro. El niño comenzó a llorar. "Cuando por fin escuché el llanto, me dije: Ya está aquí. Fue muy emocionante. A todos se nos saltaron las lágrimas y muchas de las personas que observaban (los conductores parados, los usuarios de los autobuses detenidos, los de la gasolinera cercana y el personal del restaurante) se echaron a llorar".
Javier Santamaría se emociona al recordar todo lo que vino después. Primero, las felicitaciones de Sonia, que trabaja en la cocina del restaurante. Después, el hombre mayor que se le acercó y le dijo: "He visto su celeridad, le he visto cómo ha salvado a ese niño. Mañana mismo voy a llamar al coronel Ramón Rueda Ratón (director de la Academia de Tráfico de la Guardia Civil en Mérida) para contárselo". Quien así le hablaba resultó ser el cónsul honorífico de Costa Marfil, que fue testigo de excepción del heroico comportamiento de estos guardias del Equipo de Atestados. También recuerda a un hombre muy alto, que después supo que llevaba la recaudación de las máquinas del restaurante, que se acercó, le dio las gracias y le abrazó. "Yo tengo un hijo de dos años", le dijo emocionado a Santamaría.
Y sobre todo, se acuerda de Álvaro, ese pequeño que renació en La Barca, al que él y sus compañeros le devolvieron la vida, que, tras recibir el alta hospitalaria, y cuando ya se encontraba recuperado, fue a visitarlos al Subsectot de Tráfico en Cádiz.
"Su padre, como mi mujer, es de Ubrique. Y la madre estaba muy emocionada, aunque no puede olvidar la imagen de su hijo completamente morado. Pero allí, en el Subsector, el niño se lo pasó en grande. Y nosotros también. Nos hicimos fotos con él, se puso una gorra nuestra, ..."
Desde entonces, no han parado de lloverles las felicitaciones. A él y al resto de compañeros. Con todo, a Javier le ha llegado sobre todo al corazón la reacción de su propio hijo, de 8 años, "que se lo ha contado a todo el mundo en su colegio". El niño ya puede presumir no sólo de abuelo famoso (Javier Santamaría es hijo del cocinero de Rota, al que ha hecho célebre el Gran Wyoming en su programa de La Sexta) sino también del heroísmo de su padre.
"Los auxilios dan muchas satisfacciones, somos partícipes de muchas emociones con las personas a las que ayudamos en carretera. Aunque algunos se queden a menudo con las sanciones, nuestra vocación, en el servicio, es ayudar a los demás".
Javier, nacido en Rota hace 46 años, ingresó hace 26 años en la Guardia Civil. Su primer destino fue en el GAR, el Grupo Antiterrorista Rural, en el País Vasco. Estuvo ocho años, en la peor época, la década de los 80, los años del plomo. Primero, en San Sebastián, y después, en la central nuclear de Lemóniz, en Vizcaya, objetivo prioritario de la banda terrorista ETA. Y estando allí fue cómo descubrió su auténtica vocación, los auxilios. "En un accidente un compañero perdió una pierna y a punto estuvo de perder la otra. Y yo fui el que lo auxilió". Allí descubrió que tenía madera para reaccionar en los momentos de gran tensión.
Unos momentos en los que él (dice que es algo común en los agentes de Tráfico), siempre se muestra sereno. Como cuando un torero tuvo un accidente en el coche y él llamó a su madre, que era enfermera en el hospital Virgen del Rocío, para decirle que no se preocupara, que su hijo estaba bien. O como cuando auxilió a una mujer que acababa de sufrir el vuelco del coche en el que viajaba con su padre, que falleció, y le preguntaba que por qué él no se movía. "Está inconsciente", le dijo para tranquilizarla, para lograr que al menos ella salvara la vida.
Historias muy fuertes las que viven a diario en el Equipo de Atestados del Subsector de Tráfico de Cádiz, donde por desgracia conocen demasiado bien las limitaciones de la vida, que, en el caso ocurrido en Vejer, al tratarse de un niño, les ha llegado más. A ellos y a todos.
El Chófer de El Coche de la Hora, felicita no solo a Javier y a su compañero por salvar la vida de Alvaro en esta ocasión, sino que la hace extensiva a todas las personas que de una forma u otra se preocupan de formarse en Primeros Auxilios para poder estar preparados en situaciones como esta que desgraciadamente se repiten con frecuencia aunque no siempre con el mismo resultado. Esta materia debería de ser obligatoria en todos los ambitos laborales. Gracias y enhorabuena por vuestro comportamiento.